Era la reunión del domingo
por la noche en la iglesia. Después que
cantaron los himnos, el Pastor ocupó el pulpito y comenzó a contar esta
historia:
"Un hombre junto con su
hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la
costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las
olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de
experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano
arrastraron a los tres.El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que
tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cuál de los dos muchachos
tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse.
El padre sabía que su hijo era un buen cristiano, y también sabía que el amigo
de su hijo no lo era. La agonía de la decisión era mucho mayor que los embates
de las olas". "Miró en
dirección a su hijo y le gritó: ¡TE QUIERO, HIJO MIÓ! y le tiró la soga al
amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó al amigo halar hasta el velero
volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la
oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo. El padre sabía que
su hijo pasaría la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el
amigo de su hijo no estuviera preparado para
encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo".
¡Cuán grande es el amor de Dios que lo
impulsó a hacer lo mismo por nosotros!